Carta a mi ángel de la guarda

Hola, Juani. ¿Cómo estás? Yo te echo mucho de menos. Todavía no ha pasado ni un mes desde el peor día de mi vida, pero siento que cada día te tengo más presente. Hola, mamá. Me encantaría, que me contestaras al teléfono una vez más para poder decirte todo lo que siento ahora mismo. Me gustaría pedirte perdón, porque ahora sé que todas las veces que no te llamé o no fui a visitarte fue tiempo perdido y no hay excusa que valga; porque también sé que tu adiós ha sido definitivo y porque no encuentro consuelo en ningún abrazo, en ninguna palabra y en ninguna borrachera con la que olvidar las penas —y te prometo que lo he intentado, aunque sé que no estarías orgullosa de ello—.

La pena se ha metido en mi corazón y me tiene desorientado, porque no sé exactamente en qué parte está y no consigo echarla de mi vida, y es que a veces sale y me sorprende con lágrimas que parece que no se acaban. Juani, me dirijo así a ti porque siempre te gustó que te llamara por tu nombre —porque lo de mamá se te hacía molesto teniendo a dos enanos persiguiéndote todo el día con un cántico casi gutural y unísono que rezaba: “mamá, mamá, mamá, mamá…”. Y así indefinidamente, como si fuera un mantra, hasta que invocábamos al espíritu que te hacía perder los nervios—. Juani, esta carta va para ti porque siempre has sido mi ángel de la guarda y ahora más que nunca vuelas alto, aunque no tengas alas. Eres la mejor madre que hubiera podido tener, me has dado cariño, me has dado educación, me has dado empatía y me has ayudado a convertirme en la persona que soy.

He querido escribirte esta carta hace ya varios días, pero no encontraba el momento para hacerlo. Y creo que nunca lo será, por eso hoy estoy diciéndote todo lo que siento. Y te lo escribo aquí, en Periodismo Del Más Allá, porque tú has sido siempre mi lectora número uno. Porque tú eras la primera en devorar todo lo que escribía y en ver todas las investigaciones que hacía, aunque sé que los temas de los que hablo no son plato de tu devoción —y muchas veces te asustaban—. Nunca te lo dije, pero me hacía sentir muy bien saber que mi ángel de la guarda me apoyaba en esta mi pasión, mi afición y mi estilo de vida. Siempre has estado ahí en todo lo que he necesitado, nunca me fallaste. Fuiste, eres y serás la madre perfecta. Y ahora te extraño tanto… Nos quedaron muchas cosas por vivir, porque te fuiste pronto. Un cáncer de ovario con metástasis o carcinoma endometrioide de ovario izquierdo G2 cT3cN0M0-1 (como así nos dijeron los médicos) te separó de nuestro lado para llevarte al Otro Lado antes de tiempo. Con tan solo 65 años recién cumplidos y una interminable lucha de casi 7 años de enfermedad nos dejaste. Por supuesto, no todo fueron momentos malos, ¡ni mucho menos!, y te agradezco muchísimo que lucharas, porque es tiempo con un valor incalculable que mi padre, mi hermano y yo pudimos aprovechar para estar contigo, aunque suene egoísta.

Me cuesta dejar de lado los últimos días que viví en paliativos, y en mi cabeza no paran de surgir esas terribles imágenes en todo momento, como si fuera una maldición. Bien nítidas, bien tristes y degradantes… Pero paliativos tiene una cosa y es que dependiendo de la enfermedad te permite permanecer un tiempo con la persona a la que tanto amas. Y en mi caso fueron casi tres semanas desde que ingresaste. Hablamos de todo, aunque ahora siento que nunca será suficiente. Los últimos días ya no me respondías por la sedación, pero aun así sé que estabas ahí y yo nunca dejé de hablarte. Te abracé, te di consuelo, te ayudé todo lo que pude y me prometí que no lloraría, porque así me lo pedías. Y así lo voy a hacer, porque tú fuiste luz en todo momento y porque es mi responsabilidad mantenerla viva y no dejar que se apague nunca por el dolor. Porque tú fuiste alegría, fuiste refugio, fuiste lucha y fuiste esperanza, eres la persona más valiente y fuerte que conozco. Porque siempre mostraste una sonrisa y porque siempre te preocupaste por los demás, y eso es algo que toda la gente que te conoce lo sabe. Y por eso llenaste el tanatorio con todas las personas que te querían (y eso que faltaron las que no pudieron venir), tantas que apenas podíamos movernos de un lado al otro —he de reconocer que hasta me agobié porque no encontraba la forma de salir a tomar un poco de aire—. Y definitivamente es con eso con lo que me quiero quedar. A pesar de haber podido tirar la toalla, nunca lo hiciste y seguiste luchando tantos años por tu pequeña familia. Por eso, te prometo ser feliz, valorar tu esfuerzo y recordarte como te mereces, con una sonrisa y siempre alegre, porque así eres tú.

Hoy más que nunca quiero creer en el Más Allá y mi corazón lo desea con tanta fuerza que cualquier señal que pueda recibir será bienvenida. Pero sé que las cosas no siempre funcionan como queremos, las reglas del Otro Lado no están escritas, y en realidad prefiero que si puedes avanzar lo hagas sin mirar atrás. Estoy convencido de que los abuelos ya vinieron a por ti y ahora estás poniéndolos al día de todas las cosas que pasaron en tantos años, que estarás feliz como aquella niña pequeña que veía en los álbumes de fotos acompañada de sus padres. Y sé también que algún día volveré a verte, no sé cuándo, pero lo haré. Y que cuando llegue el momento vendrás a por mí, mi ángel de la guarda. Te quiero y siempre te querré. Siempre con nosotros.

Deja un comentario