Catacumbas de Priscila

Hay lugares donde no existe distinción entre el día ni la noche. Espacios donde la oscuridad impera en su máximo esplendor sumergiendo cada rincón en la más aterradora penumbra. Las Catacumbas de Priscila son un ejemplo de ello… Se trata de un enclave ubicado en el subsuelo romano que recorre gran parte de la ciudad en su faceta menos conocida. Un lugar donde todavía se conservan varios retazos de historia entre los frescos, pinturas o las construcciones pertenecientes a la época del imperio romano. Un escenario que, además, suele ser propicio para la aparición de historias de fantasmas o la presencia de fenómenos paranormales, pues entre la más absoluta lobreguez todavía se distinguen las tumbas de los que antaño fueron allí enterrados.

Historia

Las primeras referencias que se tienen de las Catacumbas de Priscila fueron obtenidas de diferentes fuentes hagiográficas pertenecientes al siglo IV. Esta necrópolis fue fundada por Priscila durante la época romana. Su nombre apareció reflejado sobre una lápida con una inscripción en latín que reza “Priscilla clarissima foemina (o puella)”. Al parecer, la fundadora cedió parte de sus fincas ubicadas en torno a la Vía Salaria para que se llevará a cabo la construcción de las catacumbas y del cementerio anexo.

Una de las principales funciones del cementerio y de las Catacumbas de Priscila fue la de acoger los restos mortales de los pontífices durante los primeros siglos del episcopado romano. Algunas de las personalidades más populares sepultadas en el lugar fueron el papa Silvestre, a quien se le construyó una basílica con su nombre; el papa Celestino; el papa Siricio; el papa Marcelino; y los mártires Félix, Felipe, Crescencio, Prisca y Fimete, entre otros. Se tiene constancia que, al menos, en una de las sepulturas fueron enterrados un total de 365 santos. Actualmente, y desde el año 2013, la basílica de San Silvestre cumple la función del Museo de Priscila. Los restos del pontífice fueron trasladados al monasterio del papa Pablo I, fiel devoto del religioso.

El descubridor de las Catacumbas de Priscila fue el maltés y agente de la orden de San Juan de Jerusalén, Antonio Bossio (1575 aprox.-1629). Su primera averiguación, junto a Pompeo Ugonio, está datada el 19 de octubre de 1594 en su obra Roma Sotterranea. Más adelante, en 1851, fueron retomadas las investigaciones del cementerio subterráneo por parte de Giovanni Battista de Rossi. El investigador se dedicó, sobre todo, a examinar los monumentos visibles. Le sucedió Oracio Maruchi quien, además, impulsó la teoría de que en el interior de estas catacumbas se había llevado a cabo la primera predicación del apóstol Pedro, quedando todavía en su interior el recuerdo del acto. Las catacumbas fueron estudiadas e investigadas por numerosos expertos a lo largo de los años como Francesco Tolotti, Antonio Ferrua y Dani Mazzoleni. Actualmente, y desde la última década del siglo XX, quien se encarga del estudio es la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra (PCAS), dependiente de la Santa Sede. La misma lleva a cabo también, y por derecho concordatario, la investigación del resto de las catacumbas cristianas de Roma y de Italia. Las intervenciones realizadas en las Catacumbas de Priscila consisten en excavaciones y, sobre todo, restauraciones conservativas para profundizar en el conocimiento del complejo.

En cuanto a la gestión del cementerio, desde 2015 pertenece a los Padres Misioneros de la Provincia Italiana de la Sociedad del Verbo Divido (Verbiti). Anteriormente lo gestionaban las Monjas Benedictinas de Priscila.

Investigación

Las Catacumbas de Priscila se ubican en la calle Salaria, 430 (Roma, Italia). La entrada a su interior es limitada, pudiéndose recorrer solamente una parte de ellas, mientras que el resto está cerrado al público. Su acceso se encuentra en un claustro ubicado en el convento de Priscila, junto a la taquilla para la compra de las entradas y la tienda de libros o utensilios religiosos.

Descendiendo por unas escaleras de caracol se da paso a la necrópolis subterránea. Las Catacumbas de Priscila cuentan con dos niveles bajo tierra. El primero de ellos, el nivel superior por donde transcurre el recorrido de la visita, se caracteriza por poseer una estructura muy irregular debido a su pasada función hidráulica —previa a su uso funerario—. Antiguamente las catacumbas fueron empleadas para la búsqueda, recogida, distribución y eliminación de aguas. También para la extracción de puzolana, material empleado por los romanos para la construcción de sus edificios.

En esta antigua ciudad de muertos es muy fácil perderse si se ignoran las advertencias… El sinfín de galerías y estrechos pasillos se hace cada vez más latente conforme nos adentramos en su interior. Ocurre lo mismo con los cientos de nichos que se asoman entre las paredes de las Catacumbas de Priscila. Actualmente los restos de huesos han sido retirados, dándole mayor importancia al recuerdo histórico que se conserva en pinturas, frescos y construcciones del cementerio. En la Región Velada, primera zona por donde se desarrolla la visita, se encuentra el Cubículo de Bottai —este consiste en una planta cuadrada con una bóveda de cañón—. El mismo está decorado con una imagen central del Buen Pastor y circundado por escenas del ciclo de Giona y de Noé en el arca. También podemos observar una representación del transporte de barriles, posiblemente vinculado al empleo de los antiguos propietarios. A continuación, pasamos al Arenario Central, cuyo origen estuvo marcado por la extracción de la ya citada puzolana. Desde el arenario puede vislumbrarse una claraboya que conecta el nivel superior e inferior con el exterior de las catacumbas. En esta zona está presente, también, el Cubículo de la Asunción representado con la imagen de la Virgen María y el Ángel Gabriel. La Virgen vuelve a aparecer más adelante sobre la bóveda de un nicho con el niño en brazos y junto al profeta.

Es sencillo perder la noción del tiempo cuando te sumerges bajo tierra, pues la oscuridad juega a favor de la desorientación. Afortunadamente los estrechos y desolados pasillos se quedan atrás para dar paso al amplio Criptopórtico. Esta larga sala está cubierta por cinco bóvedas con arista, un aljibe, la Capilla Griega, un zaguán y un espacio de planta octogonal. Se cree que la función principal de este espacio fue la de realizar reuniones basadas en rituales funerarios. También para conectar los diferentes puntos de las catacumbas. Tal vez, el mayor peso de este enclave recae sobre la Capilla Griega, denominada así por sus dos inscripciones escritas en griego. Esta capilla conserva numerosas pinturas y frescos con representaciones del Libro de Daniel, La Adoración de los Reyes Magos, La Curación de un Paralítico, La Resurrección de Lázaro, o El Arca de Noé. También una representación de un banquete eucarístico con 6 personas, según relaciona el estudioso Joseph Wilport. El último tramo del recorrido finaliza en las regiones de origen hidráulico, como el Hipogeo de los Acilios, de los cuáles se han encontrado numerosos restos. Este se encuentra exactamente debajo de la basílica de San Silvestre (actual Museo de Priscila). En él se llevaba a cabo la recogida de agua para las abluciones y rituales.

El nivel inferior está cerrado al público. Actualmente se encuentran realizando diferentes excavaciones. Este nivel, bastante más regular que el anterior, se compone de dos arterias paralelas, una con más de 150 metros de longitud, conectadas a 20 traveseras octogonales. En este nivel se encuentran los cubículos de Marcelino y Lázaro, entre otros.

Misterio

Son varias las fuentes que hacen mención de la presencia de fantasmas en las Catacumbas de Priscila. La verdad es que no es de extrañar si se tiene en cuenta a las cientos de personas que fueron enterradas en el lugar entre la más absoluta oscuridad. El arqueólogo italiano, Rodolfo Lanciani (1845 – 1929), explicaba en una ocasión que conoció a varios hombres que merodeaban la zona y que fueron testigos de lo insólito. Ellos le comentaron que tras llegar a las Catacumbas de Priscila y abandonar el carruaje este comenzó a rodar colina abajo empujado por unas manos invisibles.

Otros comentan que cuando comenzaron las excavaciones en el siglo XIX los arqueólogos se toparon con un paisaje devastado y en estado muy lamentable. Se cree que los primeros exploradores pudieron haber destruido las tumbas por pensar que estas estaban malditas.

Lo cierto es que las Catacumbas de Priscila son un enclave marcado por la vida y la muerte, y su trascendencia con el más allá. Este cementerio subterráneo está cargado de simbología y constantes referencias a la inmortalidad del alma tras la muerte del cuerpo. Podemos verlo reflejado, por ejemplo, en varias representaciones paganas —a parte de las meramente cristianas— como el ave fénix, presente en uno de los cubículos. El mismo indicaría el renacer de la carne. También en la representación de un pavo real, junto a la imagen del Buen Pastor ya citada. En esta ocasión, y según la creencia pagana de San Agustino, la carne de este animal sería incorruptible… así como el propio alma inmortal de los que allí reposan eternamente.

Fuentes

Raffaella Giuliani, Barbara Mazzei, y S. De Angelis (2017): Las Catacumbas de Priscila (Catacumbas de Roma y de Italia). Ciudad del Vaticano: Pontificia Comisión de Arqueología Sacra.

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