La muerte siempre ha sido el gran misterio de la humanidad. Desde que nacemos estamos condicionados por ella. Sabemos que un día dejaremos de respirar y ello nos genera angustia y ansiedad. Desde siempre buscamos respuestas a la existencia del algo más, de un Más Allá. La religión, conocedora de nuestras preocupaciones, ha aprovechado la incertidumbre del ser humano para ofrecer respuestas a través de sus doctrinas. Las tradiciones y costumbres son un reflejo de cada creencia religiosa en un momento concreto de la historia. La fotografía Post Mortem es un ejemplo de ello… Esta práctica aparece por primera vez en el siglo XIX con el nacimiento de la fotografía. Su origen está fuertemente ligado al Cristianismo. Esta técnica consistía en fotografiar a los difuntos, aunque su práctica se remonta a la antigüedad mediante las representaciones artísticas. Pero, ¿Cuál era la función principal de fotografiar a los muertos?
Historia
Los antecedentes se remontan a la etapa del Renacimiento, durante los siglos XV y XVI, y al Barroco. Todo comenzó con el ‘Memento Mori’ o recuerdo de que somos mortales. Por aquel entonces era habitual retratar a los religiosos y a los infantes fallecidos. El popular Rembrandt (Leiden, 15 de julio de 1606 – Ámsterdam, 4 de octubre de 1669) fue uno de los pioneros en esta técnica. Pintando a los religiosos fallecidos se recordaba a la sociedad la mortalidad del ser humano. Siempre eran vestidos con los mejores atuendos de los que disponían para destacar la belleza. Los infantes tuvieron, así mismo, varias representaciones que a día de hoy pueden observarse en populares cuadros como el de los ‘Ángeles de la Sixtina’ de Rafael Sanzio, o los ‘Tres Ángeles Niños’, de Murillo.
La Fotografía Post Mortem tomó estas influencias de la pintura. Esta práctica surgió en París el 19 de agosto de 1839. Con ella se inmortalizaba a la persona fallecida junto a sus familiares, amigos, o por separado. En aquella época se entendía que fotografiando a los difuntos menores su alma sería consagrada como la de los ángeles de las pinturas. Las fotografías servían, así mismo, como último adiós a las familias. Se solían realizar en la casa del difunto, en el exterior, o previamente al entierro sobre ataúdes decorados con flores y, en el caso de los menores, con juguetes. Los fotógrafos solían agregar elementos icónicos, como por ejemplo una rosa con el tallo cortado y boca abajo para representar que se trataba de una persona joven, o los relojes para indicar la hora del fallecimiento. Sus deudores posaban junto al fallecido de manera solemne, evitando muestras de dolor. Esta tradición se extendió muy rápidamente por el resto de Europa y América Latina.
La Argentina fue uno de los máximos representantes de esta tradición. Destacaron varios autores como Tomas Helsby, que en 1848 ya ofrecía este tipo de retratos, o el fotógrafo, Bastola Luigi, y su socio, Aldanondo Antonio, que instalaron un estudio especializado en Fotografía Post Mortem en 1856. En 1861, el periódico El Nacional publicaba en una de sus páginas un anuncio de Francis Rave y su socio José María Aguilar en el que se ofertaba este tipo de servicios con retratos de cadáveres a domicilio y a un costo asequible para la mayoría de los ciudadanos. No obstante, la función principal fue para fotografiar a personajes públicos. Reflejo de aquello fue la captura del traslado del Coronel Palleja, héroe de la Guerra de la Triple Alianza, que falleció en 1866 durante la batalla de ‘El Boquerón’ (en la Guerra de Paraguay). Se tiene constancia de que esta fue la primera imagen mortuoria del país con repercusión periodística. En 1870 se publicaba también la fotografía del General Justo José Urquiza, fallecido por la herida de una bala en la boca y tras ser acuchillado cinco veces.
El ejemplo más relevante lo encontramos, no obstante, con el presidente de la nación argentina, Domingo Faustino Sarmiento (mandato de 1868 hasta 1974). Sarmiento falleció en el año 1888 en Asunción del Paraguay. Tras varios meses de seguimiento de su enfermedad por parte de los medios de comunicación, el retratista, Manuel Sanmartín, publicaba una fotografía en la que se mostraba el cadáver del mandatario sentado sobre una silla y tapado con una manta, simulando un estado de somnolencia.
En México, la muerte del emperador Maximiliano tuvo también gran repercusión. Su defunción lo convirtió en un mártir debido a la excesiva difusión que se generó en torno al suceso. Su cuerpo fue modificado en diversas posiciones representando su caída y sus heridas. Destacan fotógrafos como Juan de Dios Machain (Jalisco), conocido por sus más de cien fotografías a niños fallecidos, o Romualdo García (Guanajuto), autor de miles de fotografías post mortem, la mayoría de ellas realizadas en estudio. Los hermanos Casasola también obtuvieron una abundante colección de fotografías Post Mortem. La fotografía mortuoria se estableció en las costumbres mexicanas a una velocidad vertiginosa, además mediante las fotografías de carácter público, se representó el despliegue del sentimiento que se vivía en aquella época.
Otro caso importante fue el de Perú. Destacan Daviette (fotógrafo de origen francés) y el profesor Furnier, que entre 1844 y 1846 ofrecían el servicio de fotografía a difuntos. También se anunciaban con publicidad en el periódico. Rafael Castillo, compañero del trabajo del norteamericano Villroy Richardson, introdujo nuevas técnicas utilizando las copias al carbón, los barniztipos y las fotografías de fantasía, entre otras. Las fotografías Post Mortem podían dividirse, pues, en dos direcciones. Por un lado se encontraban aquellas capturas que eran de carácter privado, como el caso de los infantes o familiares fallecidos en las que, además, aparecían rodeados de un íntimo círculo de deudores, y las de carácter público, como las del presidente que servían de interés a la sociedad.
Técnicas
Las técnicas empleados por los fotógrafos para realizar las capturas privadas podían clasificarse en tres categorías, dependiendo de cómo se retratara al sujeto:
La primera de ellas consistía en simular la vida. En este caso se vestía al difunto con sus atuendos de gala y se les abría los ojos. Normalmente se colocaba en una posición erguida, de pie, junto a sus seres queridos. No debe olvidarse que el cuerpo sin vida de una persona suele ser muy rígido. A pesar de ello, la cabeza y el resto de los miembros se sujetaban con soportes disimulados ya que la toma en daguerrotipo solía ser larga. En estas fotografías suele identificarse fácilmente al difunto ya que se encuentra completamente nítido y enfocado en contraposición de sus acompañantes que por el movimiento solían salir más desenfocados.
La segunda de ellas consistía en simular que el fallecido se encontraba dormido. En este caso se realizaba principalmente en los niños, como si estuvieran descansando. En algunas fotografías aparecen sus padres sosteniéndolos en brazos para aportar mayor naturalidad.
La tercera técnica no busccaba simular nada. Se fotografiaba a los difuntos en su lecho de muerto o en el ataúd. En este último caso, se colocaban flores para ornamentar la fotografía, elemento que no está presente en ninguno de las dos técnicas anteriores.
Actualidad
En la actualidad las fotografías Post Mortem tal como se conocen han desaparecido. Fue a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando la práctica comenzó a extinguirse. Se puede hablar de un último ejemplo con el caso de Candy Darling.
Darling, cuyo nombre original era James Lawrence Slatterly, se convirtió en un icono transexual al ser pionera en un mundo no preparado para ello. Su última fotografía fue tomada en su lecho de muerto el 21 de marzo de 1974, cuando apenas cumplía 29 años. Su fallecimiento fue a causa del tratamiento hormonal que realizaba durante años y del cual todavía no se habían probado sus efectos a largo plazo. La fotografía fue realizada por Peter Hujar.